Las personas adultas nos esforzamos mucho para conseguir que nuestras hijas e hijos más pequeños nos hagan partícipes de sus vivencias y cómo se sienten. En un intento por obtener esa información tan valiosa, les hacemos montones de preguntas, pero es habitual que nos encontremos con respuestas mínimas como “bien”, “jugar”, “sí”, “no” y muy pocos detalles que nunca son suficientes para saciar nuestra curiosidad.
En este proceso de establecer una comunicación, las personas adultas tenemos tendencia a cometer los mismos errores, sin saberlo. A menudo les hacemos preguntas para las que ya tenemos la respuesta, que va incluida en la propia pregunta: ¿lo has pasado bien?, ¿has jugado mucho?, ¿has jugado con (mejor amigo o amiga)? Ya saben lo que esperamos oír.
En otras ocasiones, las preguntas son tan abiertas que es difícil, a tan corta edad, elaborar una respuesta: ¿qué has hecho hoy?, ¿qué has aprendido hoy? Responder a estas preguntas exige una capacidad de distinguir lo más relevante, y de resumirlo, que aún no tienen.
Cómo preguntarle a tu hijo cuando aún es pequeño
Las preguntas funcionan cuando hablamos con otra persona adulta, pero no son igual de útiles con los más pequeños. En estos casos, somos los padres y madres los que debemos adaptarnos y buscar la manera en la que se sientan con ganas de contarnos esas cosas que pasan cuando no estamos presentes.
- Empieza una conversación, no un interrogatorio: cuéntale tu día. Puedes empezar contándole qué ha pasado en tu día: lo mejor, lo peor, lo más curioso… lo que se te ocurra. Así entabláis una conversación en lugar de un interrogatorio.
- Exprime esos momentos en los que tiene ganas de contarte: a veces nos sorprenden contándonos cosas sin haberles preguntado, sólo porque algo les ha recordado un suceso de ese día, o de días atrás. Muchas veces su deseo de hablar no llega en nuestro mejor momento: tenemos prisa, estamos cocinando, es hora de irse a la cama…
Es un momento especial así que te recomendamos que lo olvides todo y que le prestes atención. Hay que aprovechar la oportunidad para crear una atmósfera de confianza que les haga sentirse a gusto y que les invite a hacerte su confidente más veces, aunque sea a deshoras.
Nunca le quites importancia a lo que te cuenta: las personas adultas tenemos tendencia a quitarle importancia a las cosas de niños. Nuestra intención es buena: les decimos que no se preocupen pero lo que oyen es que sus asuntos no son importantes, así que puede que dejen de contárnoslos. ¿No harías tú lo mismo con alguien que te repitiera constantemente que lo que te pasa no es para tanto?
Cuando tu hijo o hija te cuente algo que le preocupa, préstale atención y ayúdale a buscar una solución o a verlo de otra manera. Esto le hará sentir bien y le animará a contarte más cosas en el futuro.
- Observa cómo se comporta: en el parque o en un cumpleaños, sus gestos pueden decirte cómo se siente, si es feliz o no, quiénes son sus amistades o si alguien le intimida. Esto te servirá para saber en qué situaciones está más a gusto o si necesita ayuda para resolver algún conflicto o temor.
- Si vas a preguntarle, hazlo de otra manera: intenta hacer preguntas a las que no se pueda responder con un “sí” o un “no”, pero que tampoco sean tan amplias que les resulte difícil contestar. La filósofa, periodista y divulgadora Elsa Punset propone hasta 25 preguntas que nos pueden ayudar a entablar una conversación.
El afecto que nos une a nuestra familia y, más especialmente, a nuestras hijas e hijos, hace que una buena comunicación sea aún más importante que en cualquier otro ámbito de nuestras vidas. Por ello es fundamental cultivar un ambiente de confianza desde la infancia, respetar sus tiempos y aprovechar cada oportunidad para conversar, surja cuando surja. Es una inversión para vuestro futuro.